Cada día infinidad de rumores y falsas noticias (fake news) se propagan en internet como hechos reales. Como resultado mucha gente, consciente o inconscientemente, busca evidencias que soporten sus propios puntos de vista aunque estos no estén contrastados
Esta realidad trasciende más allá del mundo político y es fácil comprobar como esa información “tóxica” en la web se propaga exponencialmente haciendo daño en los pacientes. Comienza a ser común que en las consultas los pacientes demanden pruebas diagnósticas o terapéuticas porque han “leído en internet” que eso mejora su expectativas de salud. Estas falsas noticias médicas tienden a extenderse más rápidas y a miles de internautas que las noticias verdaderas y este hecho tiene repercusiones reales en la salud. Además, hay interesados en capitalizar estas dudas y convertirlas en réditos económicos en forma de libros, suplementos dietéticos o servicios alternativos. Para colmo, la investigación o conocimiento científico es pobremente trasladado a la esfera social de los medios. La vida académica ha permanecido cerrada a esta nueva realidad de la era digital y creen que ellos por sí solos son los garantes de la verdad siguiendo patrones de hace decenios. Un estudio reciente del Instituto Tecnológico de Massachusetts mostró que somos un 70% más propensos a compartir cosas no contrastadas o falsas en las redes sociales que los hechos reales, tal vez porque son más llamativas, demagógicas, sorprendentes o contrarias a la norma aceptada por todos (1). El Sistema Público de Salud en Reino Unido está preocupado sobre la cantidad de falsas noticias on-line e intenta publicar un “Libro Blanco” este año sobre reformas o controles en internet y las redes sociales. Lo considera urgentemente necesario, ya que un seguimiento sobre noticias médicas reveló un incremento del 9.000% en las búsquedas por internet en los últimos tres años. Es decir, casi la mitad de la población tiende a mirar en estos medios sus problemas de salud, tal vez porque son gratuitos, inmediatos, sin listas de espera y con múltiples opiniones (1).
Los gigantes tecnológicos Google, Facebook y Twitter firmaron hace unos meses un compromiso para luchar contra la propagación de noticias falsas. Google afirmó incluso que priorizaría los resultados provenientes de fuentes o autoridades expertas para la salud. Pero una rápida investigación no permite tener mucha fe en estas declaraciones. De hecho, una página de Wikipedia recomienda los beneficios de los zumos para la cura del cáncer (1).
Estas falsas noticias son bastante fácil de expandir, con poco fundamento, pero crecen y se extienden tomando vida en la web ganando incluso más adeptos.
Los ejemplos más significativos de falsas noticias están en relación con el cáncer y las terapias milagrosas o la asociación entre vacunas y autismo, al que hasta Donald Trump se sumó en un tweet que fue compartido 14.000 veces alarmando sobre esta supuesta asociación (2). Estas “fake news” matan.
A nivel vascular la información más difundida es que las estatinas no sirven para nada y asocian multitud de complicaciones que pueden incluso llevar a la muerte (1, 3). Se fundamentan en que el colesterol es necesario para el organismo y hay grupos que promueven que la dieta sola es el mejor modo de promover la salud. Pero hay incluso reputados cardiólogos escépticos y con millones de seguidores que afirman que son dañinas y que solo aparecen efectivas por análisis estadísticos. Mientras tanto, ellos venden libros o proclaman como “youtubers” dietas milagros ganando miles de euros o dólares. Aunque suenen a tonterías, un estudio reciente mostró que los ataques de corazón en pacientes de riesgo que creían estas historias y retiraban su medicación mostraban casi un 20% más frecuencia de morir por esta causa (lessersurvival rate). Estos médicos han sido reiteradamente criticados por la comunidad científica y en 2014 el British Medical Journal fue condenado por publicar un artículo del Dr. Assem Malhotra en el indicaba que las estatinas causaba efectos indeseables por encima del 20% de la población y luego se reveló que había sido falsamente exagerado (1). También el Dr. Mercola ha sido reiteradamente criticado por la Food and Drug Administration por afirmar falsamente que los suplementos que él vende combaten eficazmente las enfermedades. En 2016 sus compañías fueron forzadas a devolver 4 millones de libras a clientes a quienes falsamente vendieron sus productos “que evitaban el riesgo de cáncer” (1). La ciencia y la salud son, por tanto, tan vulnerables como el mundo político a esta intoxicación.
Las nuevas comunicaciones hacen, por tanto, más difícil separar la ciencia verdadera de la ciencia ficción. Los investigadores y autores que producen ciencia objetiva no pueden solo esperar que su mensaje se disemine por las revistas tradicionales. Ahora deben también defender la evidencia adquirida de las posibles interpretaciones y la validez e interpretación de mensajes insustanciales o interesados por la industria, por las instituciones o el propio autor. Por ejemplo, cuando se exponen videos en Youtube de recanalizaciones endovasculares complejas de una extremidad con isquemia crítica como si eso fuera sencillo y siempre posible, con un determinado material, se oculta la gravedad de un problema de salud que puede terminar con un bypass, la amputación o la muerte del individuo. De aquí, la importancia del acceso abierto y libre (open-access) a los contenidos científicos de las revistas. Ese es su mayor impacto, aunque las empresas editoriales se resistan a no cambiar su modelo tradicional de divulgación científica y negocio. Ese es uno de los grandes logros de la SEACV de cara al futuro al abrir este año la revista Angiologíaal mundo. Baste comprobar como a finales de verano las Universidades Suecas rompieron la relación comercial de suscripción con Elsevier porque, además de los elevados costes, el acceso libre lo hacía a tan sólo 2 artículos en abierto cuando ellos postulaban que debía ser todo su contenido.
Tres factores relacionados contribuyen a las circunstancias actuales (3):
- La comunicación en el modelo tradicional es cara y suele venir de instituciones, organizaciones o fuentes privadas. La industria farmacéutica y de nuevos dispositivos quirúrgicos son un buen ejemplo. Estas sociedades de lucro sesgan la información según les interese, sea verdadera o falsa la noticia, aunque el material o producto desaparezca en unos meses o años.
- Segundo, cualquiera puede publicar información sobre lo que quiera. La capacidad de seleccionar libremente el comentario que se escucha o se quiere oír es infinita, lo que favorece que esa difusión sea no contrastada ni filtrada.
- Finalmente, la ubicuidad de esa información ha encontrado un medio ideal donde perpetuarse en las redes sociales. Los oponentes de un contenido o mensaje tan solo necesitan decir que es una falsa noticia para invocar una conspiración contra ellos. Esta simple frase genera una cascada automática de descreídos. La desinformación puede, por tanto, ser estratégicamente diseñada para expandirse.
¿Cómo se pueden combatir estas amenazas? ¿Qué medidas se pueden tomar?
Resina M. Merchant en JAMA (3) propone algunas respuestas, pero probablemente cada uno pueda ofrecer otras soluciones. Ella dice que una de ellas es acreditar la información, que cuando procede de revistas científicas ha sido contrastada y revisada independientemente por pares (4). Pero no deja de ser sorprendente que muchos de nosotros nos dejamos arrastrar por opiniones o comunicaciones a reuniones y congresos que por la rapidez del mensaje o la noticia no han sido contrastados ni comprobados. Queremos ser los primeros aún a costa de elevados costes o de un beneficio dudoso. Por otra parte, el mundo académico debe abrirse, comprometerse más a esa nueva era digital, donde un “influencer youtuber” puede alcanzar millones de seguidores frente a la publicación escrita en revistas tradicionales que alcanza tan solo a unos miles de asociados. Por tanto, la implicación y participación en redes profesionales, como Linkedinu otras redes creadas por colectivos, es importante no sólo para comunicación sino para idear estrategias o diseminar información (5, 6). Además, debemos adaptarnos a esas nuevas tecnologías, lo que supone clarificar la narrativa de exposición y los contenidos. Está claro que historias emocionales, gráficas o mensajes breves son más evocativas que densas tablas estadísticas reportando hallazgos sistemáticos. Las redes sociales han creado una impredecible capacidad para difundir sentimientos y ejercer influencia (7). Existe una evidencia experimental demostrada de contagio masivo de emociones. Se es más proclive, por ejemplo, a hacer donaciones particulares de pobreza o catástrofe que a proyectos generales y objetivos de lucha contra la miseria.
Pero también nosotros somos parte del problema. El deleite humano y el espíritu comercial de ciertas empresas contribuye fomentado ranking ficticios, donde se utilizan los medios y la web para difundirse y propagar servicios que siguen una métrica muy alejada a la del mérito académico o contribuciones científicas. Cuanto más se pague o se muestre interés, mayor será el número de estrellas de excelencia que muestre el interesado. Una contramedida es que las sociedades científicas asignen un distintivo de excelencia a sus asociados y que estos puedan publicitarse frente a los intrusos e infiltrados, una práctica que es bastante común en la flebología y que habría que pelear desde arriba (¿quién es quien?). De cualquier manera, estamos ante un gran reto donde la desinformación se amplifica en los medios y debemos aprender a combatirla. Ahora más que nunca los profesionales sanitarios debemos corregir o dar explicaciones que eviten esa información dañina o que no ha sido filtrada con el suficiente conocimiento por los pacientes.
BIBLIOGRAFÍA.
- McFarlane J. How fake medical news is seriously damaging our health. Daily Mail 2018 (https://dailymail.co.uk/health/article-6424819).
- Brady JT, Kelly ME, Stein SL. The Trump effect: with no peer review. How do we know. Clin Colon Rectal Surg 2017; 30: 270-276.
- Merchant R. Protecting the value of Medical Science in the Age of social media and “fake news”. JAMA 2018; 320: 2415-2416.
- Pennycook, Rand DG. Lazy, not biased: susceptibility to partisan fake new is better explained by lack of reasoning tan by motivated reasoning. Cognition 2018, Epub 2018.
- Mishori R, Singh LO, Levy B, Newport C. Mapping physician twitter networks: describing how they work as a first step in understanding connectivity, information flow, and message diffusion. J Med Internet Res 2014; 16 (4): e107.
- Sharif A, Fang X, Desai T. Using social media to create a profesional network between physician-trainees and the American Society of Nephrology. Adv Chronic Kidney Dis. 2013; 20: 357-363.
- Shao C, Hui PM, WangLJiang X, Flammini A, Menczer F, Ciampaglia GL. Anatomy of an online misinformation network.